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Bandera Canaria.

6 septiembre 2011

Realizada con el programa 3D Studio Max con tela de algodón, qyuizás con fibra hubiera quedado un pizco mejor….. no se.

Sin conciencia.

30 diciembre 2010

Lo que siento no es el terciopelo aquel que habita en la piel de tus labios. Sé cómo son desde aquel día, a la sombra de «nuestra» palmera, cuando me los entregaste con pasión. Fueron míos desde entonces y nunca he renunciado a su sabor, una y otra vez han rozado mi alma. Sin embargo, no es eso lo que siento y tampoco lo puedo describir. He intentado empujar y tampoco sé si empujo o no. Con los codos primero y con las rodillas después. No noto que nada se mueva. No noto que mis hinchados músculos, que con tanta insistencia he entrenado, se tensen. Tampoco noto dolor alguno, ninguno desde luego como el de nuestra separación. Aquello provocó un cisma en nuestras vidas que trajo una revolución de sentimientos, todos buenos, propicios para una absoluta reconciliación que dura y perdurará. Te eché tanto de menos…

Tampoco puedo abrir mis ojos, los mismos que te descubrieron un día a lo lejos y desde entonces no existen ojos para nadie más que para ti. Ni siquiera tu sombra ha disfrutado del placer de mi mirada. Tus ojos, preciosos ladrones de momentos inolvidables, son sinceros testigos pues continuamente se tropezaban con los míos, cómplices, en todo lo que se movía alrededor de nuestros cuerpos entrelazados en busca de placer infinito.

Quisiera que nuestras manos quedaran juntas para siempre como cuando estábamos sentados en nuestras butacas y disfrutábamos de las cariadas sensaciones del cine, suaves con el romance y tensas con el terror. El sudor de los nervios en tus manos quisiera sentir en estos momentos, y nada siento.

No noto movimiento alguno en mi pecho, como tampoco las palpitaciones que antes delataban tu presencia cuando me abrazabas, me susurrabas cariños al oído o las yemas de tus dedos palpaban mi rostro en busca de sinceridad.

No parece que sienta miedo, tan solo intriga. He intentado incorporarme y no he sido capaz de mover siquiera un pelo. ¿Dónde estaré? ¿En el tanatorio, quizás? Colocado en un ataúd de esa madera tan brillante y pulida que parece recién fabricado, con las manos juntas sobre el pecho como si de un faraón se tratara. Con horribles coronas a mi lado, que además no me gustan las coronas. ¿Cómo se puede demostrar cariño y aprecio por una corona de flores? Quisiera que pusieran una foto suya a mi lado, así podrían demostrarme amistad. Pero ¿cómo se lo diré a la gente? Algún ramo en el suelo, bien pegado a la caja, ¡como si alguien fuera a robarlo! Es el último regalo que tendré de mis amigos o conocidos.

¿Qué cara tendré? Estará tapada con uno de esos pañuelos. Como se me haya quedado cara de piedra… Prefiero una sonrisa aunque sea estúpida. No como aquel vecino, siempre tan serio él. Su hijo me hizo sentir absolutamente abatidocon sus muestras de dolor reflejadas en aquella cara desencajada, deforme por el llanto. De vez en cuando el muchacho hacía aspavientos, se acordaba de alguna discusión con su progenitor por banalidades que ahora eran losas enormes de culpabilidad y trataba de esconderlas en el fondo del lugar más apartado de su mente.

Presiento tu perfume, como aquella vez en la que lo percibí al girarme mientras dormía. En la funda de la almohada lograste que soñara, una y otra vez aún cuando no estabas a mi lado, con nuestros encuentros. Perfume fresco, nunca lo he olvidado. Da igual el tiempo que haya pasado, desde entonces lo tengo impregnado en mi ser y mi alma, si ahora queda libre, se considera suficientemente agradecida por haber conocido ese placer.

Por el placer de haberte conocido y sentir tantas cosas a tu lado espero que estés en la primera fila de bancos, vestida con luto casi riguroso, pues siempre has combinado muy bien los colores y es imprescindible para ti que siempre te vea muy guapa, ahora con lágrimas de dolor fúnebre, negras por el rímel y bajando por tus hermosas mejillas que un día recibieron besos de cariño y ahora son de pésames, intercambiando lágrimas y abrazos de quienes me hayan conocido y, por qué no, también querido.

Nos hemos reído mucho con algunas personas que nos aprecian y también lo hemos pasado mal cuando las cosas no les han ido bien. Algunos de ellos estarán a tu lado consolando tu alma, que se estremecerá cuando se junte a otras con los mismos sentimientos. Tu capacidad para ver lo que yo nunca veía en otras personas es algo que siempre te envidié; la «mala idea» propia de las mujeres, intuición femenina que le llaman otros, ha sido la constante que ha hecho de nosotros una pareja ideal. Pero todo esto desaparecerá. ¡Qué idiotez! ¡Dios! ¡Qué idiotez! ¿A dónde irán todos estos sentimientos? Los buenos y malos, todos, partes inseparables de la vida de cada cual.

He pedido muchas veces que me encineren. ¿Harán realidad mis deseos? No me gusta la idea de tener esos bichitos, orugas blancas, que aparecen en las series de televisión pululando por las cuencas de los ojos y bajando por la nariz aunque, bien pensado, si todos hiciésemos lo mismo, ¿desaparecerían esas especies de necrófilos animales? ¿Qué ONG los defiende? Mis cenizas serán esparcidas por los mares de nuestros hermosos recuerdos. Cada vez que mires al océano me verás reflejado en él y cuando te bañes recibirás enormes abrazos; y si una ola te empuja hacia la orilla seré yo, celosos, quien te saque del agua para protegerte de otros abrazos, de otros besos. Lo que me viene ahora a la mente es el crujir, por el aceite hirviendo, de las verduras cortadas en juliana cuando las salteaba y de todos los restos de la semana que habitaban en la nevera en aquella enorme sartén japonesa. Todo por el grandísimo placer de las comidas en casa, los dos solos viendo pasar la vida, disfrutando de nuestra compañía. El vino abocado de El Monte, el postre siempre exquisito, el amor tierno y cansino después de la comida. ¿Tendré hambre? ¡Creo tener hambre, aun estoy vivo! ¡Coño, que alguien me despierte o me toque! Si siento que me tocan quizás recobre el conocimiento.

Te dejan desnudo, en la caja, con un sudario como vestimenta como ese blanco con el que se viste a los fantasmas. Lo sé aunque aún no recuerdo el por qué.

He hecho el esfuerzo de empujar una vez más en todas las direcciones y nada. Mi cuerpo no se mueve pero mi mente sigue pensando si continuaré vivo, aunque la verdad es que no oigo nada y siempre se ha dicho que las personas, aunque estén en coma, escuchan lo que pasa a su alrededor. Seguro que recuerdas aquella escena de una película en la que una madre lee un libro a su hijo postrado, rodeado de cables, con aquella cara de ojos y boca abiertos, pues parece no contener otros elementos en su rostro.

Sigo sin poder abrir los ojos y tampoco puedo imaginar nada. No tengo ni una sola imagen; puedi describirlo todo, pero no soy capaz de verlo. ¿Y si, en realidad, soy tan pequeño que aún no he nacido? ¡Estupendo! Si esto es lo que me está ocurriendo todo está solucionado. Te buscaré sin demora, no importa donde estés, ni la edad que puedas tener; sé que, cuando me veas, cuando veas mi cara, descubrirás al hombre que te va a hacer feliz y, esta vez sí, podremos vivir sin errores.

Este relato ha sido publicado en el libro «Cuentos desde la celda».

La pateada vida de una lata de patio, segunda y última parte.

15 julio 2009

Ahora tengo pillado al clásico futbolista fracasado. Me patea con golpes muy suaves, como no queriendo darme, manteniendo el  control,  la lata pegada a sus pies haciendo saltitos de un lado a otro ¡No está nada mal, muchacho! Me ha gustado este momento de glamour, pero he notado su dolor al golpearme, posiblemente haya hecho daño a algún ser querido, se le nota que está lamentando a cada patada que me da. Pasará mucho antes de sentir remordimiento, pues su actitud es el verse cara a los demás como una persona fuerte y ruin, pero a mí no puede engañarme; ni él, ni ningún otro. Suelo reírme en voz baja, de muchos de ellos, cuando van por el patio contando “aventuras para no dormir”, algunos son violadores que tratan de enmascarar sus actos pasados y ya juzgados, pues aquí los delitos no se prescriben. Se es violador o traficante toda la vida de condena, pero tratan de ocultarlo el máximo de tiempo posible, es su único escudo antes del escarnio. Es duro verles esconder su cara cuando se les señala con un dedo. Curiosamente, el que señala también tiene su condena por algún dolor causado. Algunos de ellos son de esos a los que el vicio les obligó a tirar señoras al suelo al robarles el bolso… En fin, que aquí no hay ni uno solo, ni siquiera el que se dice inocente a todas horas, que esté libre de pecado. Un juez los mete aquí por sus libros de leyes, yo, sin embargo, lo sé simplemente por sus patadas.

Después de pasar las primeras horas con mucha actividad, he llegado a estar un ratito bajo el banco donde duerme un ali-roto palomo. Han puesto un cartel donde se prohíbe darles a él y a sus congéneres ningún tipo de comida. Lo pasa mal para encontrar algo que llevarse al buche, aunque, como tiran muchas sobras por las ventanas enrejadas de las celdas que dan al patio, pues siempre come. Me gusta estar un rato junto a él, no me picotea, se ha acostumbrado a estar junto a mí y no le asusta mi escandalosa llegada. Alguien le causó un destrozo en su ala y ahora es un preso más. De hecho, lleva más tiempo aquí que muchos de los que pasean. Le he visto pisar a una rolliza paloma, con anilla y todo, y estoy segura de que en algún sitio ya tiene anidado a su descendencia. ¿Qué le dirá la paloma a sus polluelos?, ¿cómo podrá esconder la ausencia de su progenitor?, ¿les dirá que se encuentra en época de emigración en algún país africano?, ¿o quizás les dirá que su padre era un gran palomo de competición y se perdió en una suelta desde las Azores?, ¿qué pasará cuando se enteren de la realidad? Alguna vez le he visto rodar alguna lágrima pico abajo ¿se estará acordando de sus pichones en ese momento?, ¿se estará preguntando quién les llevará al nido la comida necesaria para sobrevivir ellos y su amada paloma? Como no puedo preguntar, me quedaré sin saberlo.

Llega la hora de la comida y se para todo durante un buen rato. De nuevo en filas y para adentro todo el mundo. Otra vez a trotar por el patio a merced del viento. Ese viento que hace mover a todas las bolsas de plástico que han quedado enganchadas a los picos del cable espinado. Me hace feliz que a mi paso se muevan todas, como las banderas, parece que celebramos algo cada vez. Me gustaría que me llevara hacia la zona de las duchas, se está muy fresquita por allí, aunque también hay muchas moscas. Bueno, algo dulce había en mi interior, pues les gusta entrar dentro de mí, absorben algo pegajoso que está pegado y cuando se sacian, se van. En realidad no me molestan, pero me siento rara. Sentir el zumbido dentro de mí es un poco humillante, pero no lo puedo evitar.

Ha pasado la tarde, el Sol me ha calentado mucho. Las personas aparecen de nuevo, me siento feliz de ser útil otra vez. Espero alejarme pronto de la burbuja, pues los funcionarios no permiten la suciedad y a mí me tienen catalogada dentro de ese género. También hay una persona que se dedica a recoger a mis congéneres, me pregunto a dónde los llevará, a ellas y tantos y tantos vasitos de café como pululan por aquí.

Qué suerte, la patada me ha trasladado al fondo del patio, cerca de las ventanas del comedor. Aquí puedo comentar que es una buena zona, pues se encuentran sobre mí las cabinas de teléfonos. La gente sonríe y a veces lloran de alegría al oír a sus seres queridos, que sus hijos tienen buenas notas en mates o física, o lo bonito que le quedaba el traje de su primera comunión. Se alegran cuando escuchan que su caso se ha solucionado y ya pronto abandonarán el patio. Algunas de las mías se acercan a este lugar también para dejar de existir, cuando crees que en tu vida ya te has llevado suficientes patadas, pues hay mucho malestar cerca de ellas. Desde descontentos por las maneras con que les tratan sus familiares a malas noticias de todo tipo: la mujer que le abandona por no tener el cariño suficiente en sus largas noches; por no poder mantener a su casa; una hija preñada; el dinero que no le ha sido enviado y ya estaba comprometido; se acumulan los impagos de la hipoteca y pronto les dejarán sin piso; el amigo al que nunca fallaste, al que sacaste de muchos apuros, ahora te engaña; la causa que se atrasa y el abogado no te da ninguna solución, además de que te cuesta un dinero que no tienes… Cada uno de ellos pasa por casi todas estas cosas, ninguno es dueño de la situación. Es increíble e inimaginable la poca cosa que se sienten y lo poco que cuentan para nadie. Es por ello que, cuando abandonan la zona de cabinas, es un momento peligro so para mí. Se acercan muy despacio y de un fuerte pisotón acaban con mi vida. Una vez que rodaba muy despacio cerca de los bancos del fondo oí una música que salía de la radio del “pantera rosa”, al acabar dijeron que se llamaba obertura de la 6ª de Beethoven. Me gustaría oírla en ese momento y luego dejar que el que recoge los desperdicios del suelo me traslade aun sitio donde pueda descansar. Tengo fe en que se me recicle de una forma que me guste, no me atrae la idea de terminar siendo un cenicero algo similar.

Para mis niñas lindas, Heriberto Arias Morales.   24.05.2009

La pateada vida de una lata de patio. Parte 1.

8 julio 2009

¡Hola! Soy una lata. Aún no he descubierto el por qué, pero eso es lo que soy. No tengo recuerdos, pues no tengo memoria y tampoco puedo dar una razón para esto. Sin embargo, tengo un don: puedo reconocer a las personas por sus patadas. Vivo en un patio, no es un patio cualquiera, sin duda, pues es el patio de una cárcel. Las patadas que aquí recibo no son unas patadas ni siquiera parecidas a las que podría recibir, por ejemplo, en un parque infantil, o en una calle peatonal, o cerca de donde se celebran grandes acontecimientos y las personas tiran por el suelo gran cantidad de mis semejantes. A todos y a cada uno de los que pasan junto a mí puedo reconocerlos, a pesar de que algunos me repelen o evitan mi contacto saltando o girando sobre sí mismos. He adquirido la humana capacidad de calificarlos solo con verles acercar. Intento no pensarlo, pero no acabo de entender la razón de que haya gente que no quiera patearme. Y, ahora que hablo sobre ello, es un buen momento para pedir que, cuando se vea a una lata en el suelo, se la patee con fuerza, de este modo la lata podrá hacer su trabajo, el cual es medir la fuerza del odio o felicidad que habita en la persona pateadora. En realidad no creo servir para ninguna otra cosa.
No sé cómo he llegado hasta aquí, pero puedo relatar el día a día de una lata que comienza correteando por el patio, allá por donde te lleve el viento. Cuando sopla del norte casi siempre acabo a las puertas de la ducha; si el tiempo es de sur, mi destino es la puerta de la carpintería. Ese trotar por el patio molesta siempre, pero de noche es cuando me llevo la mayoría de improperios, aunque muchos de ellos van dirigidos a otro. Al parecer alguien me ha abandonado, aunque nadie se ha atrevido a contármelo. Los golpes que me doy contra el suelo, cuando me muevo, son cortos pero, para mí, armoniosos. Bueno, algunos afirman que realmente hacen daño al oído… Para quién haya oído mis carreras de un lado a otro del patio, que sabe de lo que hablo, pido su opinión. Incluso cuentan que así ponen su nombre los chinos a sus hijos: ¡Kling, klang, klung!, ¡Que no, que no! Que eso es sólo parte de un chiste que oí una vez a un chico de la Isleta, bien fuerte me pateaba el jodío, siempre he oído comentar la buena cantera de futbolistas que habita en esa zona de la ciudad.
Cuando las personas aparecen por la ciudad, para comenzar con sus paseos, empieza también mi actividad principal: servir como desahogo para alegrías y tristezas. Hoy he visto gente nueva, lo noto, quieren pasar desapercibidos, andan despistados y están muy excitados, lo sé por el tamaño de sus ojos. Ese es el motivo por el cual me ven y casi ven al diablo. Durante unos días no osarán siquiera rozarme, necesitan que nadie les mire, aunque todos buscan rasgos que les sean familiares. Algunas veces coinciden personas que hacía mucho que no se veían. Sin ir más lejos, el otro día vi el abrazo de dos de ellos que no se habían cruzado desde la época de la mili y en cierta ocasión alguien le dijo a otro alguien que pensaba que ya había fallecido, pues hacía treinta años que no lo veía. Otra cosa son los que pasean por aquí desde hace tiempo, no tienen pudor en mandarme a muchos metros, algunos incluso me hacen volar, me encanta cuando vuelo, lo veo todo mucho mejor desde arriba y veo la cara de envidia de los que se quedan abajo, me hace parecer a algunas de las muchas palomas que por aquí hay.

Por las mañanas, los que por aquí deambulan, se saludan y esperan respuesta al saludo mañanero. Después, como casi siempre van en pareja, según van saliendo se van juntando, Creo que para contarse, entre sí, los sueños que han tenido, de cómo se bañaba en playa o del asadero que se comían bajo los pinos de Las Mesas, de cómo conducían con el coche a toda velocidad por la autopista con una señora guapísima a su lado. De dos en dos, muy juntos, como si fueran novios. Se les ve encogidos por el frío, abrigados hasta lo más arriba que se puede uno abrigar, frotándose las manos unos y encendiendo un cigarro otros, a pesar de la tos que padecen. Hacen movimientos un tanto raros, como los de mirar al cielo y luego bajar la mirada para coger impulso para empezar el día. Si el mismo es soleado es buena señal para mí, pues eso parece que les hace feliz; si las nubes no desaparecen, entonces pasará para mí un día sin pena ni gloria y cuando llueve, es un día absolutamente perdido, el patio se queda totalmente desierto. Nunca he sabido el por qué de tanto miedo al agua, yo suelo mojarme mucho y el resultado es un mayor brillo y limpieza.

Ha amanecido el día con un Sol radiante. Me pregunto si alguna vez los castigarán a permanecer fuera del alcance del Sol como parte de su condena, en realidad me pregunto si alguien lo habrá utilizado nunca como medio de castigo… bueno, aunque me lo hubieran contado, seguramente ya lo habría olvidado.

Creo que tendré suerte, pues se acerca uno derechito hacia mí, espero que al ser el primero descargue la rabia de una noche en vela por los ronquidos de su compañero. Eso siempre es motivo para volar muchos metros. Muy bien, no me había equivocado, este llevará sin dormir varios días, lo sé. Menudo patadón me ha dado, qué bueno empezar la jornada así, con ímpetu. He ido a caer cerca de la salida del comedor; eso es bueno, pues seguro que alguno me ve. Se forman filas para entrar y, a veces, también para salir. Muchos de ellos salen con el café con leche en una mano y el bocadillo en la otra, prefieren tomar el desayuno mientras caminan que sentados en las mesas con tanto alboroto. ¡Oh, no! En este momento me gustaría no brillar pues se acerca un bruto del polígono de San Cristóbal. El otro día me dio con tanta mala leche que llegó incluso a abollarme a la altura de la anilla, ¡qué bruto! No ha habido suerte: ¡Otra vez me ha arañado la pintura! Es el único al que me gustaría que mandasen de “kunda” (conducción a otro patio en el argot carcelario). Se cuenta que a veces incluso aplasta a algunas de las mías. No sé por qué estará aquí, pero por su talante a la hora de golpearme ha de ser por peleas o agresiones.

…Continuará

Una historia de Elizabeth Fabián García.

23 junio 2009

Me gustaría situarles antes de comenzar en el lugar donde sucede el relato que luego les haré.

En un mar precioso donde los colores azules y verdes son infinitos se encuentra la isla que se reparten dos países (República Dominicana y Haití). Se llama Santo Domingo, nombre también de la capital de la República Dominicana, mi país. Cerca de allí se encuentra mi pueblo: Villa Vásquez; es un pueblo de trabajadores y marineros que ha florecido con el turismo, algo que por aquí es habitual, también: como también lo es la vida sosegada y pausada. Las playas son de ésas que habitualmente llamamos “paradisíacas”, con pequeñas olas, ribeteadas con esa espumita blanca producida por una ligera brisa que también hace que las ramas de los cocoteros se muevan y al mismo tiempo se levante algo de la blanca arena, sin llegar a ser molesta; esa brisa hace que cualquier hora del día pase sin el agobio del calor tropical.

La campana de la iglesia del colegio adventista al que acudo a diario acaba de sonar dos veces,  esa señal indica que el recreo ha acabado y es hora de regresar a clase. Éste es el momento indicado para llevar a cabo la “misión” del día.

“El Chino”, entrañable guarda del colegio, al que pusimos el mote por sus rasgos faciales, ha puesto sobre aviso al Señor director Don Félix y éste, a quien mi amigo Pedro ha visto permanecer inmóvil bajo una palmera durante todo el recreo, afanándose por pasar inadvertido, ha avisado a Tony, mi profesor de 10. He dicho 10, pero bien podría decir también de Primera, por su físico (era un tipo alto, delgado, con pelo corto, anillado y tez morena); no pasaba desapercibido para nadie. Bueno, esto lo descubrí cuando me dio clases de nuevo en 6° grado: intentaba que las niñas pijas del colegio dejaran de coquetear con él, haciendo poses, tirándose de los repeinados tirabuzones y emitiendo risitas nerviosas, haciéndoles gestos con los brazos para que se fueran ya a clase. “El Chino” se quejaba del tiempo perdido de otros quehaceres por culpa de algún gracioso que le cerraba la llave de paso de la manguera con la que llenaba la piscina que había en el salón donde se bautizaban los fieles convertidos a la fe. Luego, cuando descubría que la llave no había sido cerrada, sino la manguera doblada, se enfadaba aún más.

La carrera de éste, resoplando, rojo como un pimiento, por entre las aulas, que eran como barracones militares pintados con llamativos colores verdes, con amplias ventanas y techos de tejas para que fueran más frescos, no hacía sino confirmar que, una vez más, había conseguido mi objetivo de doblar la manguera y dejarle durante unos instantes sin agua.

Don Félix, al verle, intentó, sin éxito, descubrir, entre un mar de uniformes de falditas a cuadros y camisas amarillas (no sé aún como hacía mi mamá para mantenerla siempre impoluta y planchada, pues nunca la vi planchar), descubrir la carita burlona y oír las risas propias de las mataperrerías.

Siempre ha recordado esta anécdota con mucho cariño.

Entrada sin relato.

18 junio 2009

Erasé una vez un blog en el cual todas las semanas se publicaba un relato.
Pero un día, el autor de éstos no tenía tiempo para seguir escribiendo y entonces publicó su hija (encargada de dicho blog) una entrada sin relato, haciendo de ésta un relato.

Disculpen las molestias. En cuanto Heriberto Arias me mande otra de sus Titoideas, la publicaré.

Manos entrelazadas…

5 junio 2009

Tendrás que ayudarme a ver lo que quiero mostrarte, no es difícil, inténtalo.

Si tuvieras a otra persona enfrente sería ideal. Cógele de sus brazos a la altura de sus muñecas y sus manos cogen los tuyos, estírate bien. Ahora te mostraré lo que contienen: los de la derecha son de hombre, los brazos, tiene un reloj de pulsera de cuero, caro, tiene sus respectivas agujas para las horas, los minutos y también segundero, éste último has de verle caminar muy despacito como tres veces menos de su normal caminar. Los vellos un tanto cargados, casi en cada uno una perlita que forma el sudor del medio día, músculos jóvenes tensos muy marcados, una alianza en su mano izquierda que apenas se ve, salvo cuando reluce.

Los de la izquierda son brazos de mujer, su fina piel los delata como tal, sin rastro de pelo alguno, unos músculos que apenas se ven, tensos. Unos aros de oro, como un semanario, brillan, sus bien cuidados dedos muestran una esmerada manicura y sus uñas el típico estilo francés de corte y pintura.

El fondo de este cuadro es azul cielo, un cielo despejado, un día espléndido ¿Lo tienes?
Ahora viene lo complicado: has de girar la escena 90º a la derecha o a la izquierda.

Izquierda:

-No tienes de qué preocuparte, te tengo bien sujeta-. -¿Estás seguro?, noto que me resbalo-. -Nunca te soltaré mi amor, ¡aguanta un poco!-. -¿Seguro que me tienes bien sujeta?-. -Cariño, busca algo donde puedas  apoyar tus pies y sobre todo no mires abajo, si te pones más nerviosa será peor-. -¡Mira que resbalar de manera tan tonta! Qué suerte que estuvieras a mi lado-. -Vale, no te mortifiques más e intenta subir haciendo fuerza como si quisieras hacer flexiones de barra, así podré cogerte, ¡ánimo mi amor!… ¡bien!, ya te tengo-.

Derecha:

-¡Me haces daño!-. -Lo siento mi amor pero no tengo otra, qué tonto he sido al resbalar-. -Siento que me resbalo, cariño, ¿cómo voy a sujetarte?-. No quiero mirar hacia abajo pero busco apoyo para mis pies y no lo encuentro-. -¡Dios! creo que no voy a aguantar mucho más, ya casi no tengo fuerzas, tu reloj me está comiendo la piel-. -¡No me sueltes mi amor! Aguanta un poquito más, no alcanzo llegar hasta la barandilla-. -¡Lo siento amor mío! Te quiero mi amor-. -¡Te quiero! Hasta siempre, no me olvides-. -Adios-.

Una velada especial.

31 May 2009

Una Velada Especial…

Sin duda tender mi mano y ver cómo la tuya asía con fuerza la mía para ayudarte a subir los últimos escalones ha sido lo mejor que me ha pasado hoy. ¡Cuánta elegancia!, el modo en como avanzas con ese caminar, con ese garbo, me hace renacer y olvidar el cansancio que a esta hora del día ya se siente. He tenido mucha delicadeza al ofrecerte sentar junto a la ventana. Sé que te gusta, lo noto, este restaurante pasa por ser de los mejores de Las Palmas. La vista sibre las Canteras, la mejor playa del mundo (según quienes la han disfrutado), es espléndida, está bien iluminada y la arena parece querer reflejar los rayos de las enormes torretas de luz artificial, aunque se advierte la figura de una piragua con la estela de pequeñas olas que va dejando tras de ella. Hay mucha gente que transita a buen ritmo aunque sea sábado y en realidad no se tenga prisa. Así y todo no es el caminar de la ciudad a primera hora de los lunes ni mucho menos en lo que al deambular por las zonas céntricas se refiere. La vista desde el ventanal no descansa y ahora se ve un chiquillo corriendo por la arena intentando subir a un tobogán, una y otra vez, y su madre detrás como una loca. Ahora una pareja de novios acaramelados, ella absolutamente dedicada a él, sin extraviar ni un segundo la mirada y él va dando explicaciones de algo con gestos bastantes expresivos. Otra, con más recato, camina junta pero sin rozarse, como dos polos opuestos, pero con gran atracción, con la mirada perdida cada uno en una dirección, pero se puede divisar en su actitud que perderán el control, seguro, si cruzaran sus miradas. Los mayores como siempre, a lo suyo, caminando en cuadrilla como habituaban cuando eran más jóvenes, mirando todo lo que se menea o contonea.
Tus ojos: ¿cómo podía yo describir tus ojos? ¿Dónde podría yo encontrar una palabra que pudiera decirle a la gente lo que veo yo en ellos? Quizás un enorme libro de bellas palabras la podría encontrar, aunque siempre quedaría corta ante la siguiente y esta última se empequeñecería leída la siguiente. ¿Dónde buscaría entonces? Quizás cruzando el mar y llegando a otra isla encontraría lo que deseo, preguntaría a sus habitantes por su más precioso monumento o el lugar más bello, por el que sientan un mayor orgullo o respeto. Algo, no sé que ha podido ser, te ha hecho iluminar, tus labios se han extendido por tus mejillas protagonizando una espectacular sonrisa, me encanta toda ella, pues produces la sensación de pérdida de papeles total. Me contuve como buenamente pude; se trajo a la colación no sé qué mataperrería de la juventud (relacionada con dos chiquillos que corrían por la acera) alguna de esas en las que no hay perjudicados y sí muchas risas.
Había algo de calor y la ráfaga de viento que entró al abrir el ventanal hizo mecer tus melosos rizos que al filtrarse el aire entre ellos desprendía un perfume tan ligero que flotabas y te arrastraban en el torbellino que producía, cualquier variación del mismo hacía que tus facciones cambiaran, especialmente atendiendo las exquisiteces que te ofrecía el maître, ahora admiración, ahora intriga o incredulidad, incluso serenidad. No había un rasgo sin definir. Creo que me sentía un poco desplazado al verte atender con tanto fervor, luego cuando has cruzado la mirada conmigo he descubierto que me observas con la intención de que te ayude a escoger con acierto, la complicidad es lo esencial. Lo ideal es pedir comidas suaves para acompañar la velada que nos espera.
Ahora has posado tus manos sobre la mesa y han aparecido unos espléndidos dedos largos, adornados con un hermoso anillo de pedida y con una esmerada manicura, siento no ser el mantel que hay bajo ellas, a pesar de tu dulzura para conmigo, también me gustaría saborear el suave tacto de tu piel. Jugueteando con los cubiertos, alineados, se nota el adiestramiento que has recibido por parte de los tuyos, denotas gran firmeza a la par que delicadas maneras.
Los espacios reducidos son especialmente reconfortantes cuando la combinación de los colores es la adecuada. Además, aquel sitio tenía una esmerada decoración, la mente se pierde cuando te recreas en los hermosos bodegones de estupendas frutas escogidas de entre lo mejor de la imaginación del artista y entre el que cuelga ligeramente ladeado a la izquierda donde se cuelga un jabalí asado para unos comensales que esperan pacientemente sobre el verde manto que se extiende por el prado. ¿Dónde habrá viajado el artista que encontró tan bello paraje?
Has decidido esperar un poco antes de pedir nada. Creo que comenzar con Martini es lo apropiado para romper un poco el hielo, esa bebida la probaste por primera vez cuando por descuido tu padre dejó la botella a tu alcance cuando tenías doce años. La curiosidad fue mayor, como siempre, que cualquier principio de cordura, ¿aún recuerdas como se deslizó aquel líquido magmático? ¡Porque aquello quemaba, caramba! Esa fue la mejor explicación que encontraste cuando se lo comentaste a las amigas el día siguiente, con la resaca a cuestas, la boca de ellas caían cuando le explicabas sus efectos, bueno todas menos Magda que ya sabía de lo que hablabas.
Por unos momentos saliste de aquella sala y te refugiaste en recuerdos, se te notaba nerviosa y aunque atendías cuando hablabas el semblante denotaba ausencia.
De momento lo único que se mueve son los ojos, buscando aquí y allí algo que sé definir, pero me niego a creer que sea algún tipo de impaciencia.
Cuando he vertido el vino en la copa ha sido un momento de especial recuerdo para mí, creo que ya no lo podré olvidar nunca, cuando lo he decantado y ha rebotado hacia arriba he visto tu belleza en todas y cada una de las gotas que salpicaban el hermoso cristal. Luego cuando lo has catado ¡Dios! qué espasmo ha recorrido mi cuerpo, parecía que todo él se retorcía de placer, pues la bocanada de vida ha sido el éxtasis.
Has acabado con las barritas de zanahoria y puerro que se han servido con el vino del que pronto comenzarás la segunda copa, estoy muy atento a tus deseos. Demasiado fresco y con un sólo gesto tuyo la ventana se ha cerrado.
Ahora has podido quitarte la chaqueta y has dejado que contemplemos como la elegancia adquiere significado contigo. La hermosa ristra de perlas que pende de tu cuello y junto a una hermosa pulsera son un complemento perfecto, y desde luego lo que nunca escaparía a la vista de cualquier persona con la que te cruzaras es la elegancia con la que vistes, hay un gusto exquisito en la combinación, y seguro que en ella hay invertidas muchas horas de detenida observación para ser elegidas.
De repente ha emergido otra vez tu sonrisa, el lugar se ha iluminado como nunca antes había visto. Te has puesto en pie, no sé cómo, quizás levites, no lo sé. Si tus ojos brillaban antes, ahora son dos luceros (quizá era esa la palabra que antes buscaba, «luceros») que se han prendido y sus haces iluminan el camino de la persona que acaba de entrar, casi te ha faltado tiempo para rodearle con tus largos brazos. Llevando tacones y al  ser él bastante más alto has tenido que ponerte de puntillas para besar sus mejillas. Con cuánta entrega y dulzura le has mirado y le has abrazado después, le has cogido de la mano y le has mostrado el camino hasta la mesa que hace sólo unos instantes ocupábamos los dos solos.
He tenido suerte, pues al pasar junto a mí he podido ver gran parte de esa felicidad que derrochas y quizás por última vez he llegado a percibir el suave aroma de tu perfume.
Cuando la velada acabó y te giraste para darme la propina, de tu sonrisa quedé suficientemente pagado. Sueño ya con el día de mañana en el que aparezca una nueva aventura para mí, seguro.

Los tres escalones.

24 May 2009

Maryluz,  señora ya entrada en años,  se dispone a coger el ascensor. Vive en el piso 13 de un edificio de veinte plantas. No es supersticiosa, así que el número de su piso no ha sido nunca un problema para ella. La vida que ha llevado con su marido ha sido normal, es decir, con estrecheces. Ahora él se encuentra aquejado de una lesión en uno de sus pies y apenas puede arrastrarlo, por lo que es ella quien ha de traer el sustento a casa.

Ha apretado en muchas ocasiones el botón rojo, pero el ascensor no acaba de llegar, así que, con pesar, toma el camino de las escaleras. Las baja despacio, aunque, a mitad del camino, mira el reloj y se apresura, pues el tiempo para llegar al trabajo se le está acabando. Al llegar a la planta baja, se atreve y salta los tres últimos escalones.

Algo mágico ocurrió en ese instante. Una luz muy intensa, parecida a un relámpago le inundó la vista. Cuando sus pies tocaron el suelo, su piel se había vuelto ligeramente más tersa, volvieron a crecerle dos dientes y dos muelas con los que el tiempo y la caries habían acabado, sus pechos recobraron turgencia y sus manos no mostraban tantas arrugas. Se quedó pasmada con el suceso, pero, aún sorprendida, continuó hacia su trabajo.

Por el camino, la gente que la conocía la saludaba con otros ojos. En el trabajo, sus compañeros la miraban de forma diferente: ellas, con envidia; ellos, con deseo. Pasó el día como pudo y, al salir, se dirigió a toda prisa a casa pensando en aquel salto. Entró al edificio, fue de nuevo a la escalera, se situó a la altura del tercer peldaño y saltó.

De nuevo una gran luz lo invadió todo y esta vez su cuerpo recuperó toda la juventud de los veinte años; su pelo recuperó el brillo y su dentadura recuperó todas sus piezas.

Emocionada, subió las escaleras lo más deprisa que pudo, pues el ascensor continuaba estropeado, llegó a la puerta de su casa y, a causa de los nervios, se le cayó el bolso al suelo. Mientras recogía sus cosas, su marido abrió la puerta, ya que había escuchado el alboroto que había ocasionado su esposa.

Cuando ella levantó su mirada hacia él, la sorpresa fue enorme y se quedó sin palabras. Ella le explicó lo que le había sucedido y lo animó a que lo siguiera. Él avanzaba escaleras abajo como buenamente podía. Se agarraba fuertemente al pasamanos, pero, aun así, su mujer, una joven vigorosa, le tendía su mano y él la tomaba. Casi al final, el hombre ya no podía más, estaba asfixiado. En la planta baja, el pobre hombre se quedó sin aire y se desvaneció ligeramente. Sus pies no aguantaron más y cayó rodando escaleras abajo. Justo al llegar al tercer escalón, se golpeó en la cabeza y murió.

El sobre

18 May 2009

«…
«¿Quién lo habrá dejado aquí? Estoy mirando uno a uno y no soy capaz de averiguar quién puede haberse atrevido. Lo mejor será ignorarlo de momento y ver si alguno de ellos se interesa por él o por mi reacción. Si supiera lo que hay dentro, tendría la oportunidad de responder a lo que fuera. A nadie se le nota nervioso. Pienso que a lo mejor será que lo deje descuidadamente en otra mesa, en la de José. ¡Ya mismo!”

“¿¡¡Qué coño es este sobre!!? Ni señas ni nada. ¿Cómo diantre ha llegado aquí? Joder, no he visto a nadie acercarse a mi mesa. ¡Me cago en la madre del gracioso! Seguro que ha sido la pedante de la “Pilimierda” esa. Se lo dejaré de nuevo en su mesa, a ver si tiene cojones de traerlo de nuevo. ¡¡Se lo meto por el orto, seguro!!”

“¡¡Huy!! ¿Y esto? Estoy segura de que no estaba aquí hace un instante. No tiene señas. ¿Quién me lo habrá dejado? Algún graciosillo quiere que pique en el anzuelo. No seré yo el hazmerreír. Segura estoy del mamarracho del Segura. A saber qué guarrada me ha dejado. Seguro que es un pene descomunal (ja, ja, ja). Se lo voy a dejar a Dolores, con lo estrecha que es, igual le da algo (ja, ja, ja)”.

“¡Bueno! Ya está el Antonio otra vez con sus mensajitos. No se cansa, el tío. A mí no me coge ni por asomo, que ya he oído cómo habla de la pobre Pili y sus fines de semana en el campo. Mira tú por dónde, se lo voy a dejar al jefe, para que le dé una lección al salido ese”.

“Vaya, hombre. ¿A ver quién me ha dejado este sobre aquí? No lleva remite. ¿Qué será? Ahora que la oficina funciona tan bien. Me niego a recibir notitas o acusaciones de uno u otro. Lo mejor será que lo rompa y lo tire a la basura”.

                                                                                                                                                                                                                                   …»